EL BLOG

Del miedo a la curiosidad desde la fisiología

Nov 01, 2025

 

En el siglo XIX, Charles Darwin se preguntó por qué nuestros ojos se abren tanto cuando sentimos miedo. Su hipótesis fue simple pero brillante: al enfrentarnos a la incertidumbre, los ojos se abren más para captar más información visual sobre un posible peligro.

Tiene sentido, ¿no? Cuanto más vemos, mejor podemos distinguir si ese ruido entre los arbustos es un depredador… o solo el viento.

Pero Darwin no se detuvo ahí. Intuyó que los ojos abiertos también eran una señal, no solo una herramienta. En los humanos, el contraste entre la parte blanca del ojo (la esclerótica) y el iris es mucho más visible que en otros animales. Ese contraste es un lenguaje evolutivo: una señal instantánea que dice “peligro aquí”.

Más de un siglo después, en 2013, los psicólogos Daniel Lee, Joshua Susskind y Adam Anderson pusieron a prueba esta idea. Pidieron a un grupo de personas que posaran con tres expresiones distintas:

 

  1. Miedo (ojos abiertos)
  2. Neutral
  3. Disgusto (ojos entrecerrados)

 

Luego, midieron su rendimiento en tareas cognitivas que requerían atención y procesamiento de información.

El resultado fue asombroso: quienes tenían los ojos bien abiertos rindieron significativamente mejor. En cambio, quienes entrecerraron los ojos tuvieron un rendimiento más bajo.

Y lo más sorprendente vino después: cuando los investigadores mostraron solo los ojos —sin el resto del rostro—, los observadores también mejoraron su rendimiento cognitivo.

No se trataba del miedo en sí, sino de la proporción entre el iris y la esclerótica.

Más apertura visual = más apertura mental.

 

(¿Estás notando cómo tus ojos se abren un poco más mientras lees esto?) 

El cerebro forma constantemente lo que los científicos llaman “memorias somáticas”: asociaciones entre posturas, gestos y emociones. Cada vez que encorvas los hombros bajo estrés o entrecierras los ojos por enojo, estás reforzando un patrón corporal-emocional.

Tu sistema nervioso autónomo —el que regula el ritmo cardíaco, la respiración y la respuesta de amenaza— aprende a asociar esas posturas con determinados estados internos.

 

Haz la prueba:

Encoge los hombros hacia tus orejas y mantenlos ahí unos segundos.

¿Notas cómo cambia tu sensación interna? Probablemente te sientes más tenso, ¿verdad?

Eso es memoria somática en acción.

 

Lo mismo ocurre con tus ojos.

 

  • Ojos abiertos: el cuerpo interpreta que estás en modo aprendizaje, receptivo, curioso.
  • Ojos entrecerrados: el cuerpo entiende que estás en modo acción o defensa.

 

Cuando abres los ojos deliberadamente, activas la misma vía neuronal que se enciende cuando sientes curiosidad genuina. Tu cerebro recibe la señal: “Estamos observando, no huyendo.” 

Por eso es casi imposible sentir curiosidad genuina con los ojos entrecerrados… y difícil mantenerse enojado con los ojos muy abiertos.

¿Quieres comprobarlo? Inténtalo ahora.

La próxima vez que notes ansiedad, frustración o enojo:

 

  1. Nómbralo. “Esto es ansiedad.” “Esto es estrés.”
  2. Observa tus ojos. ¿Están apretados, tensos, entrecerrados?
  3. Ábrelos bien. De forma deliberada. Incluso puedes acompañarlo con un pequeño “hmm” o “ohhh?” para reforzar la sensación de curiosidad.
  4. Mantén la apertura unos 10 segundos. Observa qué cambia. ¿Se suaviza la emoción? ¿Pierde intensidad?

 

Parece demasiado simple para ser real, pero lo que estás haciendo es hackear millones de años de evolución. No necesitas fuerza de voluntad; necesitas fisiología. 

¿Por qué funciona?

Cuando estás ansiosa, tu corteza prefrontal —la parte del cerebro que toma decisiones y ejerce autocontrol— se desconecta. Por eso los consejos tipo “piensa positivo” o “contrólate” no funcionan.

Esta práctica, en cambio, activa el circuito ancestral de aprendizaje asociativo, el mismo que ha guiado tu supervivencia por generaciones.

Al cambiar la postura de tus ojos, cambias literalmente la información que tu cuerpo envía al cerebro:!“Oye, ya no estamos en modo amenaza. Estamos en modo curiosidad.”

 

Ese pequeño ajuste físico interrumpe el ciclo de retroalimentación de la ansiedad. Simple. Profundo. Accesible. Tus ojos siempre están contigo. Puedes practicar esto en cualquier lugar: en el tráfico, antes de una reunión, en medio de una conversación difícil.

La clave está en entrenar la vía neuronal cuando estás tranquila, para que tu cuerpo la recuerde cuando la necesites.

 

A lo largo del día, haz pequeñas pausas para abrir los ojos, literalmente. Observa cómo cambia tu respiración, tu tono interno, tu capacidad de percibir sin reaccionar.

 

Cada mirada abierta es una micro-invitación a la curiosidad. Y cada acto de curiosidad es un paso fuera del miedo.