EL BLOG

CÓMO APRENDEMOS A AUTOCONSOLARNOS EN UNA INFANCIA TÓXICA

Oct 29, 2025

Advertencia: El siguiente contenido incluye experiencias y debates sobre temas complejos como el trauma, los desafíos emocionales, el maltrato infantil o las relaciones abusivas. Si bien mi intención es educar y compartir perspectivas, algunos lectores podrían encontrar cierto contenido emocionalmente angustiante. Este artículo es solo para fines informativos.
 
Una de las cosas que te enseña crecer en el caos y la imprevisibilidad es estar siempre preparado. Aprendemos desde pequeños a estar preparados para cualquier cosa. Mantenemos nuestros zapatos cerca de los pies de la cama por si necesitamos correr. Memorizamos el sonido de pasos por el pasillo y cuántos pasos hay que dar antes del familiar ruido metálico de la puerta del armario y el agarrón del cinturón de cuero. Escondemos cosas importantes como notas, moretones o incluso nuestros sueños por miedo a ser castigados si alguien los descubre. 
 
Aprendemos a interpretar la habitación antes de entrar, detectando la tensión, memorizando cada tic facial y tono de voz, y midiendo los silencios incómodos. Nos convertimos en maestros de la postura, leyendo entre líneas para detectar lo que no se dice y memorizando las emociones subyacentes porque nuestra seguridad dependía de ello. E incluso en la edad adulta, tendemos a entrar en las habitaciones preparándonos para lo desconocido mientras evaluamos qué "podría" salir mal. Esto se aprende; fuimos condicionados a adaptarnos. No somos paranoicos, pero sí hipervigilantes de nuestro entorno porque así aprendimos a sobrevivir.
 
Aprendimos que el silencio no siempre significa paz; 
a veces es una advertencia o peligro.
 
Aquí es donde muchos de nosotros, criados en estas condiciones, aprendemos a autoconsolarnos. Cuando el caos se nos enseña como la norma, algo que debemos aprender es a consolarnos. Para algunos, nadie venía a rescatarnos. Tuvimos que aprender a rescatarnos y protegernos mientras intentábamos con todas nuestras fuerzas regular nuestro sistema nervioso.
 
La cuestión es que éramos niños. No teníamos herramientas sobre "cómo" autoconsolarnos ni cómo reducir la ansiedad. Nadie nos enseñó a reconocer la desregulación emocional o si era "normal" que nuestro sistema nervioso se sintiera crónicamente tenso o sobrecargado. Así que improvisamos. Sobrevivimos por instinto, no por instrucciones. Nos convertimos en nuestro propio modelo de lo que necesitábamos (pero nos faltaba) de nuestros cuidadores o del entorno.
 
MECANISMOS DE AFRONTAMIENTO A LOS QUE PUEDEN RECURRIR LOS NIÑOS TRAUMATIZADOS
 
Crecer en un entorno donde la seguridad y la protección son condicionales (o completamente inexistentes) condiciona el sistema nervioso a estar alerta, no a la calma. Cuando no hay nadie que modele adecuadamente la regulación emocional, la responsabilidad, los límites o la validación, terminamos creando nuestras propias estrategias solo para sobrevivir al caos. Estos mecanismos de afrontamiento no son aleatorios; son adaptaciones que se desarrollan silenciosamente y en momentos en los que nos ayudamos a sentirnos seguros en un entorno que, de otro modo, sería inseguro. Con el tiempo, estos mecanismos de afrontamiento pueden convertirse en nuestras estrategias predeterminadas para ayudarnos a regular nuestra mente y cuerpo.
 
Estos son algunos de los mecanismos de afrontamiento más comunes a los que quizás hayamos recurrido si experimentamos un trauma infantil:
 
Contar las tejas del techo: Contar las maderas del techo (yo hacia esto) o contar lineas en el techo es común en niños de entornos traumáticos porque les da una sensación de control y autonomía. Puede que sea lo único sobre lo que tengamos control. La repetición de contar maderas o lineas nos ayuda a redirigir nuestra energía y a concentrarnos en algo que nos impide caer en la espiral. Este conteo habitual actúa como una barrera invisible que nos impide concentrarnos en lo que está al otro lado de la puerta y nos da unos minutos para calmar nuestro sistema nervioso. Ayuda a crear orden donde no lo hay y una sensación de paz en un entorno que, de otro modo, sería impredecible. Este tipo de comportamiento repetitivo es autoprotector y es la forma en que un cerebro en desarrollo intenta autorregularse en un entorno confuso e inestable.
 
Peluches como cuidadores: Algunos niños no juegan con sus peluches, sino que los coleccionan para recibir apoyo emocional. Conozco un caso de esta persona que me decía: “Tenía una pila enorme de peluches que guardaba en mi cama como si fueran mi propio ejército. Los dejaba allí cada mañana y me escondía debajo o me acostaba junto a ellos en total quietud. Me sentía seguro, protegido por su pelaje, sus suaves texturas me hacían sentir querido y cuidado.” Cuando un niño recurre a los peluches u otros juguetes para protegerse o amar, dejan de ser juguetes. Se convierten en sustitutos de sintonía, aceptación y seguridad.
 
Mantas que se convierten en escudos: Una manta no siempre brinda calidez ni comodidad. A veces, se convierte en un escudo protector. Si tuviste una infancia llena de gritos, violencia, portazos o ataques de ira repentinos sin previo aviso, entonces cubrirte la cabeza con las mantas te ofreció una sensación de protección. Cuando una manta se convierte en escudo, ayuda a amortiguar el ruido, calma el dolor físico y emocional, aísla el caos y ofrece la ilusión de seguridad donde estamos escondidos y protegidos como una fortaleza debajo.
 
 
Sanando de lo que una vez nos salvó
 
Cuando decidimos sanar de los mecanismos de afrontamiento que una vez nos salvaron, pero que ahora nos impiden vivir plenamente, debemos emprender un camino completamente diferente. Este camino requiere autocompasión y paciencia, en lugar de instinto de supervivencia y protección.
Dado que "sobrevivir" no es lo mismo que vivir, sanar requiere que reconozcamos, etiquetemos y comprendamos el propósito de nuestras viejas estrategias, cuándo aparecieron con frecuencia y cómo liberarlas sin vergüenza ni juicio. Significa reemplazar gradualmente la reacción por la capacidad de respuesta, eligiéndonos activamente a nosotros mismos, en lugar de lo que nos condicionó.
 
Sanar de esto significa que ahora debemos permitirnos bajar el ritmo y empezar a tomar medidas estratégicas para sentirnos tranquilos y en paz. Debemos aceptar que la paz con nosotros mismos y con nuestras vidas no puede llegar si seguimos viviendo en hipervigilancia.
 
Una vez que empecemos a permitirnos bajar la guardia, debemos reconocer quién refuerza una sensación de paz y coherencia en nuestras vidas y quién refuerza el instinto de supervivencia que ya no nos sirve.